Debía una tarta de cumpleaños, y como no tenía demasiado tiempo, me decidí por esta. Además mi amigo Salva llevaba mucho tiempo pidiéndomela.
Ayer, al salir del hospital, con un amigo, me encontré con una antigua vecina. Me preguntó que hacía allí y me preguntó como estaban mis hermanos.
En un principio no me dí cuenta de la cara de mi acompañante.
Le dije que mi hermana se acababa de operar y había salido todo estupendamente. Luego me preguntó por mi hermano y le dije que muy estaba muy bien, muy mayor y muy hombre.
Cuando terminé de hablar, mi acompañante no sabía como hacerme la pregunta.
"Tú no tienes hermanos, Mariló".
Y es cierto. No tengo hermanos.
Pero hay una historia que explica la pregunta de esta mujer.
Como ya la tenía escrita desde hace mucho, la dejo aquí.
Pero aviso, esta es para leer con pañuelo en mano.
Hace algunos años, yo trabajaba los veranos en la biblioteca de diputación contando cuentos. Era una experiencia preciosa, y todos los años, los talleres tenían lista de espera, por varias razones. Una es que eran diarios y gratuitos. La segunda que a los niños le encantaban. Y la tercera es que el centro de refugiados políticos está justo enfrente.
Aquel año, tenía el taller completo. Era una mañana de julio. Quizás la segunda semana.
No olvidaré la primera vez que ví a Iván. Jamás vi tanta tristeza en unos ojos. Tenía 16 años. Iba con sus tres hermanos pequeños y su padre. Me buscaban para apuntar a los tres pequeños a mi taller.
Iván me observó de lejos pero no se acercó. Su padre me pidió información, pero no pude ayudarle. No tenía plazas.Quizás me quedé mirando a Iván más de lo habitual, porqué me devolvió una mirada fría y llena de ira.
Recuerdo que volví a casa acordándome de él.
Al día siguiente le pregunté a una niña de mi taller por ellos. De donde venían y cuanto tiempo llevaban en el centro de refugiados. La pequeña me contó que eran colombianos, que venían huyendo de la guerrilla, que habían matado a su mamá delante de ellos. El 6 de enero.
Hablé con la directora de la Biblioteca, una señora que me daba carta blanca para casi todo lo que yo emprendía y me dió el permiso para admitir a estos tres niños.
Fuí a buscarlos y me encontré con un señor amabilísimos que me agradeció enormemente mi interés.
Los tres pequeños vinieron a mi taller. Eran tres niños encantadores. Listos y muy participativos. Me preocupaba mucho el mayor, por que por su edad, no podía participar en el taller. Y su mirada me mataba.
A veces lo observaba, mientras esperaba a sus hermanos, y se me saltaban las lágrimas pensando en lo que había tenido que vivir ese crío.
Terminó el mes de julio y el de agosto. Y después mi hermana y yo seguimos manteniendo contacto con estos y otros niños del centro de refugiado. Algunos sábados ella, otros yo, nos llevabamos a los niños al cine.
Una tarde estaba tomando un café con Juan en una terraza cuando sonó el télefono.
Era mi hermana, que algo iba mal, no le dejaban ver a los niños y había pasado algo que no lograba alcanzar a adivinar.
Me personé allí, en el centro de refugiados, con mi hermana y el secretismo que se respiraba nos hizo sospechar que lo que ocurría era algo importante.
Como nadie nos contaba nada, llamamos a la madre de Alvaro , otro niño colombiano que salía con nosotros( que sé que me lee, que me lo ha dicho un pajarito, un beso guapa). Y ella entre lágrimas nos contó lo que había ocurrido.
El padre de Iván había ( y no supuestamente) asesinado a su novia. Degollada. En plena calle. Yo lo había escuchado en las noticias. Pero jamás imaginé que el autor de ese crimén era el señor tan correcto y agradecido que nos bendecía siempre que recogíamos a los niños.
Se quedaron solos.
No tenían a nadie.
Empezó una dura lucha. Eran niños que venían de una situación muy acómodada, con varias sirvientas en su hogar. El choque con la realidad que les tocó vivir, fue durísimo.
Nosotras eramos lo único que tenían en España.
Empezamos a mover papeles. Horas y horas de interminables colas que no sirvieron para nada.
Mi renta era demasiado pequeña para quedarme con los pequeños.
Así que fueron a un centro de acogida. Los tres pequeños e Iván, aunque permanecía en el mismo, estaba en otro pabellón.
La primera vez que Iván y yo hablamos, la noche antes de entrar en el centro, lo hicimos paseando por la orilla de la playa. Las palabras iban brotando despacio, cuajadas por el odio y la desesperación que sentía.
No podía entender porque la vida era tan cruel con él. Y yo no tenía una explicación que darle. A mi también las palabras se anudaban en la garganta.
Tenía tanto miedo al centro, a compartir la habitación con otros seis niños. A perder su intimidad, a todo, entiendo que tenía miedo a todo.
Las primeras noches fueron horribles. Con su movil,escondido entre las sábanas, me iba narrando su tragedia. Mensajes que me dejaban sin sueño...sin poder pegar ojo.
Un día, a las tres de la mañana me llamó. "Sacáme de aquí".
El compañero de la litera de arriba, se orinaba cada noche y el orín le mojaba.
Y entonces decidí mover el mundo. Utilicé todos los contactos que pude y más. Cualquiera en mi lugar habiese hecho lo mismo.
Y tras dos meses de pelear, pegar en todas las puertas e incluso rogar, me dieron la custodia de Iván, junto con el permiso de fin de semana de sus hermanos.
Le llevé las llaves de mi casa envueltas en papel de regalo. Cuando se las dí, lloró tanto que me dejo un surco en la camiseta de 25 centímetros ( él dice que soy muy exagerada pero juro que es verdad).
Y aquí es donde se une la historia de Iván con la mía. Porqué empezamos a ser parte de la misma familia.
Si yo iba a casa de mis padres a comer, Iván venía. En las fiestas familiares, en bodas, comuniones, todo el mundo se acostumbró a ver a Iván como un hermano más. Mi hermana y mis padres lo trataban tal cual.
Mis amigos siempre invitaban al paquete completo, a mi pareja y a Iván.
En el barrio donde vivíamos, todo el mundo murmuraba de nuestra extraña amistad. Demasiado mayor para ser mi hijo, demasiado joven para ser mi pareja. El señor del octavo, vino un día a preguntarme, si eramos novios. Pegó en la puerta así, tal cual os lo cuento. A mi me hizo tanta gracia que estuve a punto de decirle una barbaridad. Pero lo de hermanos era lo más creíble.
Y así fue como Iván pasó a ser mi hermano (de distinto padre claro, porque era mucho más moreno y colombiano que yo).
Empecé a cocinar arrepas y comer arroz hasta para desayunar. Se unieron dos culturas, dos costumbres y estoy segura que quedaron impregnadas para el resto de nuestros días.
Fueron muchas noches de conversaciones hasta la madrugada.
Muchas historias, risas y lágrimas...
Iván empezó a estudiar. Todo iba bien... pero...
En un momento de nuestro camino, tuvimos que separnos.
Era un hombre de 20 años. Capaz de salir adelante.
Así que yo me mudé a esta casa pequeñita mirando al mar y el se quedó en la casa que compartirmos.
La última vez que Iván vino a mi casa, cogí sus llaves, que antes eran las mías y me dejé las de esta casa puestas en la cerradura. NI contaros lo que me costó el cerrajero ( y el miedo que dejó en mí...porque abrió la puerta con una facilidad...)
Por eso , esa señora me preguntó por mi hermano...ese hermano pequeño que se quedaba dormido con la tele encendida, que no era capaz de mantener ordenado ni una pequeña parte de una habitación.
Ese hermano que me dejaba cartas por los rincones, porque le contagie el gusto por escribir lo que no quiere salir por la voz. Ese niño moreno que me recogia del trabajo con una nueva duda. Que entraba a mi dormitorio a las tantas de la madrugadas para contarme que ella, ella, lo había mirado.
Ese hermano que siempre me repetía lo díficil que era pelearse conmigo, incluso discurtir. Porque en dos argumentos ya lo ponía en su habitación con un kilo de culpabilidad y otro de dudas.
Sé que es feliz, y de eso me alegro.
Sé que me llamará cuando lea estas líneas para decirme...que no fueron 25 centímetros...
Tarta de galletas
Ingredientes:
Margarina Artua
Galletas María Dorada hojaldrada
Cola Cao
Un vaso de leche y con café
Hacer una crema con el calacao y la mantequilla. Es al gusto...si os gusta más dulce...mas colacao...si os gusta menos...menos colacao.
Mojar las galletas ( un poco..) en la leche y disponer una en medio y el resto alrededor...
Poner una capa de crema y repetir.
Para la última capa he puesto un poco más de colacao para que me saliera especita...
Decorar con coco teñido ( con colorante)